Esencialmente
comparto cantos de libertad y compromiso cívico positivo. Sin duda la cultura del bienestar nos lleva a pensar en nosotros
mismos, nos hace insensibles al grito de los demás, nos hace vivir en burbujas
de jabón, que son bonitas, pero no son nada más, son la ilusión de lo insignificante,
de lo provisional que lleva a la apatía hacia los otros, a la globalización de
la indiferencia.
Muchas veces hablamos de la indiferencia,
que como expresaba Antonio
Gramsci, “es el peso
muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la materia
inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes, es el
pantano que rodea a la vieja ciudad. La indiferencia opera potentemente en la
historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad, aquello con que no se
puede contar. Tuerce programas y arruina los planes mejor concebidos. Es la
materia bruta desbaratadora de la inteligencia”.
Por
ejemplo: en Venezuela se organizó una experiencia interesante. A 150 líderes y
aspirantes a serlo se les enviaron dos fotografías de niños dibujando
naturalmente en una plaza guiados por un maestro creativo. Se les pedía que
respondieran diciendo qué les decían tan interesantes rostros y miradas. Solo
seis contestaron. La indiferencia cunde y es necesario generar herramientas que
despierten conciencias y llamen a la militancia social plena. El Papa suele
referirse a este tema con preocupación.
Hugo
Chávez ayudaba a quienes lo necesitaban dentro y fuera del país. Obviamente no
fue comprendido por aquellos que nadan gozosos en las aguas turbias del
capitalismo salvaje, acostumbrados
al sufrimiento de los otros, que no los afecta, no les interesa, no lo
consideran propio.
Lo bolivarianos somos distintos.
Combatimos la indiferencia con amor y solidaridad. Honramos la vida
comprometiéndonos con el otro. Con el que espera alguna cosa de nosotros. Venezuela
nos necesita aplicados. Solidarios. Jamás indiferentes. Confío en
ustedes. Sé que juntos venceremos a la indiferencia.
Un abrazo. Dante
Rivas